miércoles, 19 de mayo de 2010

Violencia entre iguales

Para analizar este problema vamos a comenzar por buscar las razones por las que los niños se pegan y después intentaremos buscar soluciones, que podemos hacer para que esto no ocurra.
Hay una investigación muy interesante sobre este tema realizada por Mª José Diaz-Aguado (http://www.rieoei.org/rie37a01.htm).
En ella se exponen las condiciones que favorecen la violencia:
_ La exclusión social o sentimiento de exclusión. Es decir, influye tanto el que un niño se sienta excluido como el sentimiento de exclusión, aunque este sea erróneo.
_ La ausencia de limites.
_ La exposición a la violencia a través de los medios de comunicación.
_ La integración en bandas identificadas con la violencia
_ La justificación de la violencia en la sociedad en la que dichas circunstancias se producen.
_ Faltan condiciones que hubieran podido proteger de tales riesgos, como modelos sociales positivos y solidarios, colaboración entre la familia y la escuela, contextos de ocio y de grupos de pertenencia constructivos, o adultos disponibles y dispuestos a ayudar.
Las características que suelen presentar los niños agresores son las siguientes:
* Una situación social negativa.
* Una acentuada tendencia a abusar de su fuerza (suelen ser físicamente más fornidos que los demás).
* Son impulsivos, con escasas habilidades sociales, con baja tolerancia a la frustración, y con dificultad para cumplir normas.
* Unas relaciones negativas con relación a los adultos y un bajo rendimiento, problemas que se incrementan con la edad.
 * No son muy autocríticos, por lo que cabe considerar el hecho observado en varias investigaciones al intentar evaluar la autoestima de los agresores y encontrarla media o incluso alta.
* Entre los principales antecedentes familiares, suelen destacarse: la ausencia de una relación afectiva cálida y segura por parte de los padres, sobre todo de la madre, que manifiesta actitudes negativas o escasa disponibilidad para atender al niño; y fuertes dificultades para enseñar a respetar límites, combinando la permisividad ante conductas antisociales con el frecuente empleo de métodos autoritarios y coercitivos, utilizando en muchos casos el castigo corporal.
* En el caso concreto de adolescentes:
  • Están de acuerdo con las creencias que llevan a justificar la violencia y la intolerancia en distintos tipos de relaciones, incluidas las que se producen entre pares, manifestándose igualmente como más racistas, xenófobos y sexistas, es decir, que tienden a identificarse con un modelo social basado en el dominio de los unos y en la sumisión de los otros.
  • Tienen dificultades para colocarse en el lugar de los demás, siendo más frecuente entre los agresores la identificación de la justicia con «hacer a los demás lo que te hacen a ti o con lo que crees que te hacen», orientación que puede explicar su tendencia a vengar ofensas reales o supuestas. Y comulgan con una serie de conceptos relacionados con el acoso escolar, como los de chivato y cobarde, que utilizan para justificarlo y para mantener la conspiración de silencio que lo perpetúa.
  • Están menos satisfechos que sus compañeros con su aprendizaje escolar y con las relaciones que establecen con los profesores. En ese sentido, parece existir una estrecha relación entre la tendencia a acosar a los condiscípulos y la de hacerlo con el profesorado, y entre ambos problemas y la percepción de haber sufrido tal tipo de situaciones en la relación con los profesores (Mendoza, 2005).
  • Son considerados por sus compañeros como intolerantes y arrogantes, pero al mismo tiempo se sienten fracasados. El conjunto de características en las que destacan sugiere que cuentan con iguales que les siguen en sus agresiones, formando grupos con disposición a la violencia, en los que se integrarían individuos que no han tenido muchas oportunidades de protagonismo positivo en el sistema escolar.
  • Su frecuencia es mayor en la adolescencia temprana (13-15 años), en los cursos de educación secundaria obligatoria, en los que se experimenta una mayor dependencia del grupo de compañeros, en aquellos que suelen resultar más difíciles para el profesorado de secundaria en el contexto evaluado en este estudio [Díaz-Aguado (dir.), 2004].    

 Entonces, que podemos hacer para que esto no ocurra. Ante todo, intervenir lo antes posible. Después, habría que tener en cuenta, por un lado, la situación evolutiva en la que se encuentra el niño para que la intervención sea adecuada a su edad, así como fortalecer cuatro capacidades fundamentales que permitan al niño: establecer vínculos de calidad en diversos contextos; ser eficaz en situaciones de estudio-trabajo, obteniendo el reconocimiento social necesario; integrarse en grupos de iguales constructivos, resistiendo presiones inadecuadas; y desarrollar una identidad propia y diferenciada que le ayude a encontrar su lugar en el mundo y le permita apropiarse de su futuro.
Por otro lado, también habría que tener en cuenta las condiciones ambientales en las que se encuentra el niño, procurando que este sea positivo.
En el ámbito de la familia, se deberá considerar lo siguiente (Prevención de la violencia y lucha contra la exclusión desde la adolescencia):

1. Haber sido maltratado en la infancia incrementa el riesgo de maltratar a los hijos
en la vida adulta.
2. Por otra parte, el riesgo de que se produzcan situaciones violentas en la familia aumenta cuando el nivel de tensión y problemas supera a su capacidad para afrontarlos. Por lo que para prevenir la violencia conviene mejorar la calidad de la vida familiar y salir del aislamiento, incrementando las relaciones y el apoyo social.
3. Conviene establecer procedimientos y costumbres alternativas a la violencia en la organización de la vida familiar, a través de los cuales puedan expresarse las tensiones y las discrepancias y resolverse
los conflictos (a través de la comunicaciónpermisividad,
con la tendencia a mirar para otro lado cuando el adolescente utiliza la violencia. En estos casos es preciso utilizar procedimientos de disciplina.
4. Para aprender a resolver los de conflictos de forma no violenta es preciso adquirir
habilidades para: 1) definir correctamente los conflictos, incluyendo
todos sus componentes y las distintas perspectivas implicadas; 2) cuestionar
las interpretaciones hostiles, buscando otras interpretaciones alternativas; 3)
generar más de una solución para resolver el conflicto; 4) anticipar las distintas
consecuencias que cada una de estas soluciones supone; 5) elegir la mejor
solución ; 6) llevarla a la práctica; 7) y evaluar los resultados. Secuencia que
los adultos pueden poner en práctica, independiente o conjuntamente con el
adolescente, para buscar soluciones a los conflictos existentes en la relación
con él.
5. El adulto puede enseñar al adolescente a afrontar una situación estresante, ayudándole
a : 1) comunicar lo que siente y poder así entenderlo mejor, incluyendo
en este sentido la mezcla de sentimientos contradictorios que a veces se experimenta;
2) ampliar la comprensión de la situación con información complementaria
que el estrés impide tener en cuenta y que ayuda a superarlo; 3) detectar
las distorsiones que suelen preceder y seguir a una situación estresante y generar
pensamientos alternativos, no distorsionados; 4) e intentar resolver el problema
que origina el estrés siguiendo el procedimiento descrito en el punto anterior.
6. Para prevenir el deterioro de la vida familiar que antecede a la violencia conviene
incrementar las oportunidades de realizar juntos actividades gratificantes, en
las que tanto los adultos como los adolescentes puedan compartir episodios positivos
(en situaciones relajadas, no conflictivas), y disfrutar conjuntamente.
7. Hay que evitar reñir continuamente a los adolescentes por conductas de escasa
relevancia, porque estas riñas continuas no suelen ser útiles y reducen la calidad
de la comunicación. Para mejorar su conducta, en este sentido, suele ser más
eficaz establecer un acuerdo o contrato (incluso por escrito), cuyo cumplimiento
puede revisarse cada cierto tiempo en un momento de tranquilidad (revisión
que también puede escribirse).
8. Para facilitar la comunicación familiar conviene: 1) elegir momentos adecuados,
evitando comunicar cuestiones delicadas en situaciones estresantes, y contemplar
incluso la necesidad de detener una discusión cuando adopte un tono de
enfrentamiento que puede conducir a una situación de riesgo (de violencia física
o psicológica); 2) plantear con cuidado los temas conflictivos como problemas
compartidos o en términos de lo que uno siente (evitando la tendencia a
expresarlos de forma que parezca un ataque o un rechazo a los otros); 3) evitar
los monólogos, los discursos y las lecciones, estimulando el intercambio de opiniones y la participación de todos en la comunicación; 4) aprender a escuchar
con la intención de comprender al otro; 5) favorecer activamente la comprensión
recíproca; 6) y establecer costumbres y rutinas diarias en las que se comuniquen
de forma normalizada las incidencias de la vida cotidiana de cada uno.
9. En la selección de aplicación de procedimientos de disciplina es preciso que los
adultos renuncien a la utilización de conductas violentas, tratando de cumplir
las siguientes condiciones: 1) definir las normas con coherencia y precisión y
comportarse de acuerdo a lo que se exige al adolescente; 2) estimular la participación
del adolescente en la definición de las normas y en el establecimiento de
lo que deberá hacer si no las respeta; 3) ayudar a que el adolescente entienda las
consecuencias negativas que tiene su conducta inadecuada, que se ponga en el
lugar de las personas a las que ha podido dañar, se arrepienta, intente reparar el
daño originado y desarrolle alternativas constructivas para no volver a recurrir a
dicha conducta en situaciones similares. La eficacia educativa de la disciplina
mejora cuando estos componentes son integrados con coherencia dentro de un
proceso global.
10. La conductas problemáticas de los adolescentes suelen ser utilizadas para responder
a determinadas funciones de tipo psicosocial (conseguir poder o protagonismo,
expresar la independencia de los adultos, oponerse a las normas, integrarse
en el grupo de compañeros, resolver conflictos…). Por eso, para evitar
que estas conductas aparezcan o se repitan conviene analizar siempre qué función
han podido cumplir y cómo desarrollar alternativas tanto en el individuo
como en el contexto.

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